Hace muchos años alguien me dijo que yo era “imagen adicta“, porque no podía dejar de mirar fotografías. En ese momento yo estudiaba Diseño Gráfico pero aun no intuía que la fotografía se iba a convertir en mi pasión. Después de un viaje durante varios meses recorriendo el Sudeste Asiático, la cámara y yo nos hicimos inseparables. Recuerdo especialmente una foto que saqué en una isla poco turística de Indonesia, sintiendo que a medida que el sol caía yo me acercaba más el paraíso.
Éramos la isla, el sol, el mar y yo, sin nadie alrededor, y algo me dijo que tenía que registrar ese momento.
Era tan hermoso que no podía ser solo mío.
De esa foto pasaron diez años. Cuando volví a Buenos Aires, empecé a estudiar fotografía en el Fotoclub Villa del Parque (donde actualmente también ejerzo la docencia) y nunca más pude dejar este arte que siento como algo que me es natural, que viene conmigo.
Me gusta la fotografía espontánea y captar momentos de pura autenticidad, incluso cuando las personas posan.
Retratos robados, recortes de vida que la fotografía permite compartir y hacer perdurar. Por eso me especialicé en fotos de boda, preboda, de estudio, de desnudos y artísticas.
Además, me recibí de diseñadora gráfica en la UBA, donde también me desarrollé como docente de Morfología Pereyra I. Mi experiencia como fotógrafa, en el ámbito del diseño y como Project Manager a nivel empresarial, dieron como resultado una carrera centrada en la búsqueda de la imagen y la identidad que cada cliente desea.
Se trata de trabajar con las personas en definir una estética y un concepto que las acompañe, pero a la vez de estar atento a ese constante fluir de imágenes bellas que la vida nos regala. O como alguna vez escribió Julio Cortázar: “cuando se anda con la cámara hay como el deber de estar atento, de no perder ese brusco y delicioso rebote de un rayo de sol en una vieja piedra, o la carrera de trenzas al aire de una chiquilla que vuelve con un pan o una botella de leche”.